1/7/07

DESDE PARÍS CON AMOR


NAPALE.
« Cruzando territorios »


Me cuento entre los que pudimos ver los inicios de algunos de los músicos de Napalé, sus primeros balbuceos como instrumentistas, luego como creadores, más tarde formando el milagro de entereza y perseverancia que ha resultado ser este grupo que con « Cruzando territorios » marca un hito importante en su carrera, por lo que nos transmite como madurez artística sumada a una excelencia vocal e instrumental que, si bien no nos sorprende, nos deja profundamente admirados. La verdad es que la trayectoria de Napalé ha sido constante en la medida en que hemos visto siempre un desarrollo permanente, y esto en un lapso de ya 25 años de actividad es un logro mayor. Mantener un colectivo artístico por tantos años, a este nivel de calidad, en un campo artístico que no cuenta con el aliciente de una compensación material adecuada - por decirlo de alguna manera, sabiendo que es un eufemismo – es casi un sacerdocio y merece la mayor atención del público y de la crítica. Napalé nos habla del pasado y del futuro, de aquí y de más allá de nuestras fronteras, con las herramientas más nobles, el canto y, sobre todo, la creación. Con cinco de sus integrantes que firman composiciones propias, textos y arreglos, más los arreglos colectivos del grupo, estamos frente a un conjunto perfectamente capaz de producir todo su material. Por eso el incorporar algunas figuras señeras de la música y poesía chilena y latinoamericana : Víctor Jara, Aníbal Sampayo, Luis Advis, Eduardo Lagos, Angel Parra, Astor Piazzola, Gabriela Mistral, Pablo Neruda, José Martí, nos habla de una opción muy precisa que es ser el nexo entre territorios y generaciones. Uno de los grandes legados de esa figura mayor de nuestra cultura que fue Violeta Parra, además de su inconmensurable obra creativa, fue el habernos acercado a las culturas hermanas de nuestro continente. Y ese proceso ya no se detiene. Hoy reconocemos, como nuestros, muchos de los ritmos e instrumentos que nos desconcertaban hace 50 años. Pero el que nos sean familiares no significa que se hayan convertido en un conocimiento adquirido de una vez para siempre. Son sólo materiales que nos hablan de un arte y una historia y que están siempre disponibles para ahondar en ellos. Es lo que hace Napalé. En vez de ceder a la facilidad de cambiar diametralmente de rumbo, la imagen que nos da es la de un grupo de músicos que profundizan, sin gravedad innecesaria y también alegremente, las posibilidades de sus talentos.
Las palabras de Neruda resuenan con una fuerza nueva en el arreglo de Jorge Lillo para El cóndor, una canción que suena como recién compuesta. Giros instrumentales sorprendentes y voces ásperas, y armoniosas al mismo tiempo, le dan una nueva vida a esta antigua canción de Angel Parra.

Pocos grupos son capaces de lograr este equilibrio entre dulzura y fuerza. Una gran melancolía y voces firmes que la interpretan sin pathos excesivo ni sentimentalismo fácil. Buenos ejemplos son la hermosísima canción de Ignacio Ugarte (Desvelo) que emociona directamente con las mejores artes, o la sorprendente musicalización de Ernesto Pérez del poema de Gabriela Mistral, nuestra maravillosa poetisa, que constituye sin embargo, a menudo, una trampa mortal para los compositores, quienes ceden a veces al canto de sirena de la ternura infantil a la que su poesía canta. Nada de eso en la aproximación interesante y madura de Pérez que juega con esos elementos pero con una real seriedad de compositor. Hasta la melancolía desbordante de Alejandro Ibarra, que nos canta su propio texto y música, me parece justa y por lo mismo emocionante. Notable es que no se hace fácil la tarea y se impone una línea vocal exigente que crea un alianza de fuerza y fragilidad que convence.

En el aspecto instrumental Napalé siempre ha sido consistente. Eso no es nuevo. Aquí se muestra bien lo que la técnica puede aportar cuando no es una simple repetición de fórmulas sino una búsqueda de nuevos timbres usando colores muy variados apoyados en el robusto timbre que da el violoncello de Rodrigo García. Todo bien aprovechado en los ágiles temas instrumentales (Sanjuanito del lobo de Felipe Toledo y Escualo de Piazzola) pero también en el brillante Mal de amores de Rodrigo Arratia donde lucen por igual voces y colores instrumentales. Algo parecido puede decirse de la chacarera de Eduardo Lagos con la feliz intervención de la gracia y el personal color vocal de Francesca Ancarola, en atractivo dúo con Carlos Miranda. La presencia de dos voces femeninas (Ancarola y la corta pero agradable participación de Rosa Escobar) en esta producción es un acierto y una buena contrapartida a la avalancha de las consistentes voces de hombre de Napalé, que funcionan todas perfectamente en los roles de solista.


La niña de Guatemala y su entusiasmante ritmo dentro de un estilo bien determinado funciona bien como nexo entre las nuevas composiciones y clásicos como el Hombre de América de Luis Advis o La partida de Víctor Jara. Una producción muy lograda y que nos hace esperar con ilusión el próximo cd de Napalé.\




Patricio Wang
Quilapayún

París, junio 2007